Friday, January 09, 2009

Divorcio en el siglo XIX
Divorciarse hoy en día no es tarea fácil. Hacerlo en el siglo XIX sin embargo, era mucho peor sobre todo para las mujeres cuya sociedad las diezmaba hasta el punto de considerarlas inferiores o sin importancia (fue largo, por ejemplo, el camino para lograr el sufragio femenino). Echemos un vistazo a lo que significaba el divorcio entonces y cuales eran las consecuencias para ambas partes.

El matrimonio en la Inglaterra victoriana era visto en términos de beneficio económico y material, sobre todo entre la clase superior. No era visto como una sociedad igual entre un hombre y una mujer. Más bien el marido era el dominante, la figura que controlaba todo y la esposa, tal y como se le suponía, era tranquila y sumisa a los deseos de su marido. Él controlaba toda la riqueza y las propiedades, incluyendo sus efectos personales, y el dinero que ella tenía antes del matrimonio. La mujer Victoriana tenía pocos o ningún derecho en cuanto a su matrimonio. Ella estaba completamente bajo el control de su marido, con la ley en favor de éste último.

Aunque por norma hoy día estas leyes parezcan sumamente injustas y casi barbáricas, la mayor parte de las mujeres victorianas aceptaban tranquilamente su papel con poca queja. Como Joan Perkin comenta, "muchas mujeres ... no sólo consideraban el matrimonio como su papel inevitable en la vida, sino que en realidad le daban la bienvenida como una experiencia emocionalmente satisfactoria e ... incluso emancipadora". Además, las mujeres veían el matrimonio como un modo de ganar la independencia de sus familias y comenzar una vida propia. Ya que hay que recordar que la ley y la realidad eran a menudo dos cosas diferentes. No todos los maridos eran crueles y dominantes. Muchos maridos y mujeres se profesaban un gran afecto y vivían feliz y cómodamente juntos.
El divorcio en la Inglaterra victoriana era muy difícil de obtener. Como Joan Perkin declara, "Para la mayoría de la gente... el matrimonio era una unión indisoluble, que sólo podía finalizar al fallecer". La única razón aceptada para conseguir un divorcio era el adulterio, y esto era sólo válido para los hombres. Una mujer no podía usar el adulterio como razón exclusiva para tratar de obtener un divorcio. Ella también debía reclamar y demostrar que su marido practicaba incesto, bigamia o una crueldad excesiva. Claramente, había una ley del embudo en la concesión de divorcios a hombres y mujeres. Aunque estas leyes estrictas sobre el divorcio fueron modificadas a mediados del siglo diecinueve haciendo los divorcios más accesibles tanto a hombres como a mujeres, había todavía un estigma que caía sobre la gente (sobre todo las mujeres) que se divorciaba. Muchos sentían que aunque el matrimonio había sido disuelto a los ojos de la ley, permanecían unidos a los ojos de Dios. Por consiguiente, los divorcios eran escasos en el siglo diecinueve.

Puede parecer sumamente irónico que un hombre pudiera reclamar el adulterio como la razón para divorciarse de su esposa, cuando una mujer no podía emplear el mismo motivo para intentar divorciarse de su esposo. Sin embargo, este problema surgió porque una mujer casada era prácticamente invisible a los ojos de la ley. Ella estaba estrictamente bajo el cuidado de su marido y su protección. ¿Y ya que la ley del siglo diecinueve estaba a favor del hombre y una mujer casada tenía "la protección" de su marido, qué podría ganar una mujer reclamando que su marido le era infiel? Independientemente de él lo fuese realmente o no, ya que ella estaba bajo su cuidado, y mientras él siguiese cuidando de ella, ¿por qué debería ella preocuparse por su fidelidad? Dicho de otro modo, si una mujer era adúltera claramente estaba desatendiendo "el cuidado" del que su marido la "proveía". Por lo tanto, el marido tenía amplias razones para querer divorciarse de ella. Este argumento hipotético proporciona una idea de la mentalidad de la ley del siglo diecinueve en cuanto al divorcio y explica por qué existía tal ley del embudo en relación con hombres y mujeres.

Obtener el divorcio durante esa época era una empresa cara. Por consiguiente, esta era sólo una opción factible a los que tenían dinero, es decir las clases altas. Ya que estos matrimonios tenían su base en la riqueza y el estado social y no en el amor, el adulterio masculino no era visto como una ofensa grave. No era perdonado de ningún modo, pero podía ser pasado por alto con relativa facilidad. Para las clases altas, divorciarse implicaba la pérdida de alguna riqueza o propiedad. Ya que la riqueza y las propiedades eran transmitidas de generación en generación, eran algo fuertemente valorado. Las riquezas y las propiedades ayudaban a reforzar la línea de familia. Perder una propiedad o algo de riqueza suponía perder también fuerza o influencia. El divorcio, por tanto, no era una opción práctica económica o socialmente.

En Jane Eyre de Charlotte Bronte, hay una rebelión contra las normas sociales del matrimonio. En esta novela, Jane ve el matrimonio como una sociedad de iguales. Ella rechaza rendirse a la idea de ser la esposa tranquila, sumisa, que es bonita pero no vale nada más. Incluso antes de que ella se case con Rochester deja muy claras sus opiniones. Cuando él cariñosamente le llama su ángel, ella contesta " no soy un ángel ... y no seré uno antes de que yo muera: Seré yo. Sr. Rochester, usted no debe buscar nada celeste en mí - porque no lo encontrará". Puede parecer injusto que una mujer muestre tan a la defensiva frente a un nombre cariñoso, pero para Jane este nombre cariñoso simboliza el servilismo y ella continuamente lucha por su independencia. En el reproche a Edward Rochester, lo que ella realmente quiere decir es: tómeme como soy. No espere que yo cambie para usted. Ella quiere que el Sr. Rochester la ame por como es. Es por eso que ella rechaza ser su "ángel" ya que ella lo ve como comprometerse a sí misma.

Vistas las normas del siglo diecinueve, la Jane rebelde hacia el Sr. Rochester no era típica. Si un hombre quisiera que su futura esposa fuera su ángel, entonces ella lo sería. Los lectores victorianos claramente verían la novela de Bronte como rebelde. Como declaraba Helene Moglen, el mundo de Jane es "un mundo que medía la probabilidad del éxito de ella [Jane] por el grado de sus posibilidades de casarse (sus conexiones familiares, su estado económico, y por encima de todo, su belleza)". En el momento en que Rochester hace su proposición, Jane es huérfana, pobre, y no particularmente hermosa, está claro que su comportamiento podría ser visto como poco convencional. El Sr. Rochester tiene la riqueza, un nombre y aunque no es particular hermoso (un hombre con riqueza no necesita ser guapo), él definitivamente puede considerarse un buen partido. Uno puede imaginar que un lector del siglo diecinueve estaría disconforme e incluso escandalizado con la actitud rebelde de Jane.



Fuente: http://www.sociedadaugusta.com

////// //////// Miss Florero //////////////////


En todas las novelas de romance histórico, tenemos a la típica señorita florero; esa joven dama que ha pasado por más de tres temporadas sin pena ni gloria, que ha bailado con contadísimos hombres entre los que se cuentan sus hermanos, tios, primos o algún familiar. Esa que solo ha recibido una oferta de matrimonio, y que ha debido rechazar puesto que se trataba de un noble panzón o un anciano con gota, y más viejo ncluso que su propio padre. Es esa chica que se esconde en los rincones y no precisamente en citas clándestinas de amor, y que digamos, no suele disfrutar en demasia de los bailes. Debido a su edad, que ya ha rebasado peligrosamente el límite de los veinte, es considerada por la sociedad como una solterona. Cuyo futuro se cree para vestir santos, cuidar a sus padres, o consetir a los sobrinos. Tal vez en la realidad, fue así, en la época no todo era felicidad; pero gracias a nuestras autoras de romántica, siempre tenemos finales felices, y estás señoritas floreros de bailes y fiestas, siempre encuentran a su principe azul. (o azur que era la manera chic de llamar al azul fashion de entonces).


Mi querida muchacha, es usted claramente una florero. Esta usted soltera y con más de veinte años. Es claramente una señorita inteligente y sensible, pero tranquila y se le considera poco destacable. Ha tenido varias temporadas, pero nunca ha tenido una oferta, o rechazó todas las que recibió. La razón de esto es que siempre ha estado usted secretamente enamorada del caballero con el que bailó en su presentación después de cumplir los 18. Él, desde luego, nunca devolvió sus afectos, incluso aún sabiendo de ellos, y es probable que le esté haciendo la corte a su hermana. Sin embargo, él siempre la trata con respeto y como si fuese usted una hermana. Su amor por él es evidente a todos los demás, sobre todo su hermana, su tía o madre, quienes piensan que es usted la mejor esposa posible para él. Esta actitud puede resultar provechosa o difícil, dependiendo de cuanto le guste usted al autor. Cuando un incidente acontece, su espíritu practico, tranquilidad y capacidad de tratar heridas sin sucumbir a la histeria lo impresionan, y de repente él se encuentra notando el modo en que la risa transforma su rostro, enciende sus ojos, haciéndola silenciosamente hermosa. El intereses de él hacia usted pronto se transforma en amor, pero él tendrá que pasar el resto de la novela tratando de convencerla de que su afecto es genuino y no resultado de la compasión.